jueves, 10 de julio de 2008

LA REINA DE LAS FLORES SAKURA



Guía del mundo
Desde la antigüedad, los japoneses exaltan la belleza del sakura, el cerezo del Japón. Tanto aman a su delicada flor, que le han concedido un lugar privilegiado en su historia y cultura. De hecho, la consideran la flor por excelencia, hasta el punto de que en ciertos contextos, se refieren al sakura con la palabra para “flor”. Esta predilección nació hace más de mil años.

En el archipiélago del Japón existe un sinnúmero de cerezos que adornan el paisaje. No hay que viajar muy lejos para encontrar alguna de las 300 variedades autóctonas. Las flores suelen ser de cinco pétalos dentados -aunque otras variedades tienen mucho más- y están dispuestas en racimos. Presentan una gama cromática que va desde el blanco casi puro hasta el rosado e incluso el carmesí, con sutiles tonos intermedios. Su forma y su color han simbolizado por siglos la pureza y la sencillez.

La imagen del cerezo en flor es espectacular. Cuando la tenue luz del sol se filtra entre las nubes y baña sus delicados pétalos, el árbol emite un resplandor entre rosáceo y blanquecino. Claro, más imponente aún es ver un cerezal entero.


El esplendor de la flor del cerezo. Época de florecimiento en distintas regiones del Japón.

Majestuoso espectáculo

Las montañas de Yoshino gozan de tradicional renombre por la blancura de sus cuatro extensos cerezales, integrados por más de cien mil ejemplares. Hay una zona llamada Hitome Senbon (“Mil cerezos de un vistazo”) en la que, hasta donde alcanza la vista, toda la ladera exhibe flores blancas, dando la impresión de estar nevada. No es de extrañar que anualmente acudan a ver este glorioso espectáculo más de trescientos cincuenta mil visitantes.

Los cerezos pueden plantarse de forma que creen efectos exquisitos. Por ejemplo, si se ponen dos hileras paralelas en las que se toquen unas ramas con otras, surgirá un “túnel”. Imagínese caminando bajo un racimo floral tras otro, bajo una bóveda de tonos blancos y rosados, sobre un suelo cuajado de pétalos.
Pero las delicadas flores no duran mucho: su apogeo es de sólo dos o tres días, o incluso menos si hace mal tiempo.

Cuando los pétalos se desprenden por millares de las ramas, se crea la sin par ilusión de que cae nieve rosada. En un abrir y cerrar de ojos, sin aviso previo, caen airosamente al suelo. A veces, el viento se los lleva en ráfagas y los riega por doquier. Los japoneses dan a éste fenómeno, que reviste el suelo en un delicioso manto rosado de frágiles pétalos, el gráfico nombre de sakura fubuki (“nevada de flores de cerezo”). Pocas escenas de la naturaleza nos dan tanta serenidad.


Cerezos de flor

La magnífica madera de este árbol se emplea para tallados, muebles y xilografía. Sin embargo, no es por estos usos ni por su fruto por lo que goza de tanto prestigio en Japón. A diferencia de las especies extranjeras, el cerezo japonés se cultiva principalmente por sus flores, que conquistan muchos corazones. Los cerezos de flor se reproducen con facilidad a partir de plantones. Se han colocado en las riberas de los ríos, en las avenidas y en muchos parques y jardines.


Distintos tipos de celebraciones en las ciudades. Hanami, el comer mientras se observa al sakura.

Hanami, merienda bajo los cerezos

La floración comienza en enero en la región sur del archipiélago, en Okinawa, y prosigue hacia el norte hasta llegar a Hokkaido a finales de mayo. Este avance, conocido como el frente de la floración del cerezo, es objeto de informes periódicos en la televisión, la radio, la prensa e Internet. La noticia de que los cerezos se encuentran en flor arrastra a millones de personas hacia lugares que propicien su contemplación.

La costumbre de la hanami (“observación de flores”) se remonta a la antigüedad. En este caso, las flores no son otras que las de cerezo. Ya en el período Heian (794-1185 d.C.), la nobleza celebraba fiestas en las que salía a admirar el sakura. En 1598 el shogún Hideyoshi Toyotomi organizó una de ellas en el templo de Daigo-ji (Kioto). Todos los señores feudales y demás ilustres huéspedes recitaron bajo los árboles poemas que loaban la belleza de las flores. Las damas lucían en sus ropas el elegante dibujo del sakura.

En la era Tokugawa (1603-1867), también la gente común adoptó la costumbre de juntarse para comer bajo los cerezos como forma de esparcimiento. Comían, bebían, cantaban y bailaban mientras admiraban las flores con sus familiares y amigos. Esta popular tradición aún sigue vigente y convoca a muchísimas personas que acuden a su lugar favorito para deleitarse con los copiosos pétalos.


Tema recurrente

El sakura es una constante en la historia y la cultura japonesas. Aparece con frecuencia en la prosa, la poesía, el teatro y la música. Y en el transcurso de los siglos, los pintores han plasmado el esplendor de sus flores en objetos tan diversos como vasijas y biombos.

Hasta los samuráis hicieron suyo el sakura. Estos guerreros estaban dedicados por entero a sus amos, y se esperaba que, de ser preciso, diera su vida en el acto. Para ellos, las flores del cerezo eran un emblema de la brevedad de la vida. La obra Kodansha Enciclopedia de Japón dice: “Dado que las flores del cerezo caen tras una breve floración, se han convertido en un símbolo idóneo del sentimiento estético nipón: la belleza efímera”.

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