jueves, 10 de julio de 2008

EL ARTE JAPONES ZEN Y LA DISTANCIA OCIDENTAL



La aldea de la montaña envuelta en niebla, pintura de Eitoku, época Muromachi, obra que evidencia claramente el estilo zen en pintura donde las formas se reducen a lo mínimo y los trazos son también difusos. Se busca así sugerir el vacío o totalidad que rodea la finitud de las formas.


I. Introducción

El arte expresa mediante sensaciones las ideas y la cosmovisión que componen la arquitectura de toda cultura. El arte japonés tradicional exhala la profunda huella del zen en la mentalidad japonesa. Mediante la pintura, la poesía, la arquitectura, el arte de los jardines, el teatro Noh, el combate de espadas o la ceremonia del té, el zen manifestó su concepción fundamental de la realidad como vacío subyacente, como una universal e indefinible fuerza creadora desde la que eclosiona el mundo y sus seres.

Algunos senderos del moderno arte occidental pueden ser relacionados con la sensibilidad zen. Esta coincidencia surge a través de comparaciones o semejanzas, o por una directa y conciente influencia del zen nipón. Pero las coincidencias no suprimen las profundas diferencias entre las matrices culturales desde la que brotan los estilos artísticos orientales y occidentales.

En este ensayo propongo dos caminos. Primero la reconstrucción y, luego, la comparación y la tesis. Lo reconstructivo se vincula con la presentación del espíritu esencial del zen como preludio a la presentación de los principales aspectos del arte zen japonés relacionados principalmente con las pinturas de Sesshu, Hokusai y Hiroshige. Tras la reconstrucción, nos deslizamos hacia la comparación entre el arte zen y ciertas exhalaciones del arte moderno occidental: la pintura romántica de paisajes, el surrealismo, el expresionismo abstracto, o la música indeterminada de John Cage. El hallazgo de coincidencias e influencias del Oriente respecto a Occidente, es la senda hacia una tesis según la cual entre el arte zen oriental y la aventura artística occidental existe una distancia irreductible. La experiencia de lo vacío e indefinible en el arte zen revela una intuición vital que no se abroquela en una coraza intelectual que busque ordenar lo indefinible o inefable mediante las palabras. En Occidente el arte romántico o de impronta zen puede vislumbrar un infinito vacío en la profundidad de lo real. Pero la visión de lo vacío e indefinible que propone el arte en Occidente descansa sobre una aceptación de la pérdida o lejanía de un ser originario e inefable. Este ser indefinible es luego encorsetado por palabras, a través de una voluntad que sólo tolera convivir con la definición de lo indefinible y no con lo indefinible mismo. Aquí surge entonces la distancia insalvable entre la experiencia oriental y la occidental de lo real primario como vacuidad indefinible.

En el comienzo de nuestro ensayo, una narración poética recrea el célebre discurso de la flor de Buda. Su respuesta a la pregunta sobre el sentido del ser no se cristalizó a través de retahílas de conceptos de alta filosofía o teología, sino mediante el mostrar una flor. El misterioso vacío indefinible de lo real no se entrega el concepto. Sólo se abre a la experiencia.



II. La respuesta de Buda

Llegan los viajeros.

Allí está el hombre que buscaban.

Una agitación leve zumba en los pechos de los recién llegados. En sus miradas, tremola una ansiedad incontenible.

Hay mucho para atender: la curva azulada del cielo, los blancos cabellos de las nubes, que se descuelgan sobre la frente de la altura, los pájaros y su música serena y discontinua. Y los árboles. Y las plantas que exhalan aromas de húmedo frescor.

Hay mucho para atender.

Pero una cuerda ansiosa empuja el carro del tiempo, para que las ruedas de los segundos avancen hacia el futuro con más rapidez.

Todos quieren que Buda hable ya.

Y Buda contempla, caviloso, las cercanas ramas de un árbol.

Un remolino de ansiedad quiebra la espera. Ya imposible. Y alguien pregunta:

¿Cómo llegar a Dios?

Buda escucha. No contesta. Se aviva la luz de sus ojos. En sus manos brilla el aire tibio de la mañana. Sus dedos acarician una flor.

El discípulo repite la pregunta.

Buda dice: esta es la respuesta.

Y muestra la flor.

III. Los senderos del budismo zen

En los antiguos textos hindúes del Vedanta, la realidad es una serpiente extraña que respira a espaldas de las teorías y especulaciones. Los sabios de la India se sumergieron en el bosque. Allí meditaron. Allí comprendieron. Brahman (el todo) y el atman (el yo) son idénticos. La multiplicidad es ilusoria. La diversidad es un engaño óptico. No hay muchas selvas, ni muchos dragones. Hay un solo ser de fuego. Todo lo que es resplandece desde una única llama. Y la llama es demasiado ardiente. Las palabras no podrán expresar y calmar la luz. En una flor, o en cualquier cosa, lo luminoso refulge antes de todo concepto, de toda teoría o pregunta. Por eso, Buda no habla sino que muestra la flor.

El Vedanta alentó una intuición metafísica esencial: todo es uno, y la unidad y la divinidad son en todo. No hay exterioridad; no hay un no ser equivalente a una absoluta carencia de sentido. La totalidad prelógica, prelingüística, silenciosa, centellea en lo particular. Desde la hojarasca sobre la que camina el viento, hasta cada yo humano. El budismo buscará la disolución del ego en Brahman como realidad divina que trasciende todo concepto o símbolo. Es el nirvana. Es la liberación del deseo que condena al dolor que nunca puede ser colmado. Es la liberación del samsara, de la rueda de los nacimientos y muertes. La pasión búdica por la serenidad, por la liberación del tiempo y de la materia asfixiante, es el gran fin de la vida individual. El budismo es la nostalgia de un único ser al que los seres deben regresar luego de un largo sueño.

El budismo es así una técnica para el despertar. El budismo zen y el arte japonés florecen en la experiencia del despertar. Que no es un despertar pasivo, un mero salir de un ensueño. Es un despertar para luego mostrar o sugerir una realidad libre de la ficción y de los falsos sueños. Pero aun despiertos, lo real siempre conserva las huellas de su pasado onírico. Lo brumoso y el aire extraño, velado y etérico de los sueños quedara. Por lo que la pictórica japonesa de inspiración zen siempre sugerirá la realidad profunda entre las brumas tan evanescentes como los sueños.

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