miércoles, 30 de julio de 2008

QUE HACER CUANDO LA TRIZTESA NOS AGOBIA



No hay nada tan parecido a la tristeza como lo que sigue:

"Está sentada junto a la ventana abierta, en camisón, mirando a la calle. La agobia el calor; está triste, aburrida... Tan aburrida, que hasta le entran ganas de llorar, aunque el porqué tampoco se sabe. Siente en el pecho algo así como una bola, que le sube, rodando, hasta la garganta..."

Antón Chéjov hubo de escribirlo hace ya mucho: un pueblo, dos o tres callejuelas retorcidas; el aire inmóvil, silencio. Se oye ladrar a un perro con voz ronca y apagada. Pronto va a amanecer.

Hace unos minutos conversé con una amiga que decía sentirse triste por una situación –digámosle B- que, de algún modo, alteró su rutina. Sentía que su apreciación de (esto o aquello) había cambiado y, para ella, no era fácil acostumbrarse al nuevo estado de cosas. Hasta le valió una fuerte discusión con su pareja un hecho que, finalmente, les era ajeno a los dos. Recuerdo que aconsejé: "Uno siempre tiene la posibilidad de elegir. Si te afectan algo, incluso alguien, el remedio está en ti. Tal y como diría Mariano Brull, tú eres el camino que conduce a todo."

Más adelante le hice ver que había perdido mucho tiempo encontrándose en ese dilema sin hallar una solución. Cuando me quedé sola abrí, por suerte, el libro de Chéjov. Tropecé con el cuento de la boticaria y creo haber hallado la mejor respuesta en sus páginas.

La situación B de mi amiga, era algo así como el pueblo B que el escritor ruso describe en su libro; el pueblo B con todo lo que ese lugar contiene: Chernomordik, su esposo boticario; el campo; el extremo oriente del cielo pálido y la luna grande, de ancha faz, pero, nadie sabe por qué, horriblemente avergonzada.

Pues resultó que a las tantas de la noche pasaron dos personajes por su ventana, y pretextaron entrar a la farmacia para ver, precisamente, a la boticaria que, al decir de ellos, era "una verdadera preciosidad".

Suerte tuvo la mujer en oír el plan con pelos y señales. "Detrás de la puerta de cristales se mueven dos sombras... La boticaria aumenta un poco la luz de la lámpara y va a abrir la puerta; se ha disipado ya su tristeza, ya no tiene ganas de llorar y el corazón parece que va a saltársele del pecho." Y lo más importante, Chernomordik duerme.

Después de intercambiar pastillas de menta, bicarbonato, agua de seltz, vino y galanterías con los dos hombres, "Ella corre rápidamente al dormitorio y se sienta junto a la misma ventana. Ve cómo el médico y el teniente, al salir de la botica, se alejan perezosamente hasta unos veinte pasos, luego se detienen y empiezan a hablar algo en voz baja."

Ella se pregunta de qué hablarán y su corazón continúa latiendo fuerte. Pasados cinco minutos el doctor se separa del teniente y este último va a merodear otra vez a la ventana. Se oye el timbre, pero, desdicha de la boticaria, Chernomordik se despierta.

La pobre mujer, al cabo de dos minutos verá marcharse al teniente, no sin antes estrellar en la carretera otro pomo de pastillas de menta. "¡Qué desdichada soy! –dice la boticaria, mirando con furia a su marido, el cual se quita rápidamente la bata para acostarse otra vez-. ¡Qué desdichada soy! –repite, rompiendo a llorar con lágrimas amargas-. ¡Y nadie, nadie lo sabe!..."

Así es la tristeza. Un estado mental en el que el aburrimiento impera. Pocas veces hacemos algo por violentar el mercurio de la pereza tropical, frase esta que me espetó otra amiga luego de haberla leído en algún artículo de Miguel Barnet. Otros agregan que no se puede saber de contentos si no se ha probado el trago amargo de la desdicha. Y la poesía, que de tan amplia, la llama de mil formas más que un mero desgarramiento.

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